domingo, 22 de enero de 2017

Escena sin detrimento.

(Inspirado por una pintura del artista colombiano Darío Ortiz Robledo).

Una habitación oscura, repleta de sombras, casi vacía, donde las voces resuenan como el eco del polvo. Tres seres pensativos: el párroco mirando a la niña, maravillado por su pureza. La joven perdida en la luz tenue de la única ventana. Una mujer, todavía asfixiada tras la jornada, se alisa suavemente el cabello.

MUJER: ¿No es lo que deseabas? (suspira)
PÁRROCO: ¿Crees que es suficiente?
MUJER: Es mucho más que cuando yo llegué aquí.
PÁRROCO: Dudo de su vocación. Y tú -ríe- transpirabas pasión exquisita. Por eso Cristo te eligió como servidora. Pero ahora, ¿pretendes ofrecerla sin menoscabo de la pureza en sus ojos que poco reflejan ese amor máximo divino?
MUJER: Es tuya -suspira-, es mía… En ella se funden el amor y la divinidad que Dios nos regaló, y que merecemos cultivar. ¡Anda!

La niña inmóvil, sentada en la misma posición, sólo humedece sus labios, y toma con sus dedos un poco de saliva. Sus ojos apenas pestañean. El párroco la recorre lentamente desde los pies y se fija en su mirada, con una expresión casi de desdén.

PÁRROCO: Su fragilidad revela las razones de las santas escrituras, pero no me conquista. Parece más una rosa sin elección que será ofrecida al demonio.

La mujer molesta levanta la voz, y sin mirar al Párroco le reclama:

MUJER: ¡Pues es tu oficio el que la purifica! Así lo hiciste conmigo, y así lo sigues haciendo con las que se acercan a tu templo en busca de bendición. Antes sólo besábamos tu mano. Ahora ya somos parte del santísimo sacramento que sólo a ti te comunica con Él. Y ésta... dejó de ser mía desde el momento de la concepción! Ahora te pertenece. A ti y a Dios. ¿Por qué te niegas a ungirla hacia el camino de la divinidad?


El párroco incrédulo se desabrocha su bordado, y volteando a ver a la niña, le habla suavemente.

PÁRROCO: Hija mía. Hija de Cristo, nuestro señor: ilumíname y deséame. Que sólo yo puedo sacrificar tu pureza.

La niña esboza una sonrisa sutil, y sin mirar al párroco reza con alegría:

NIÑA: Hágase señor tu voluntad. El señor es contigo. Ahora y en la hora…
MUJER: Así, así… tal y como debes ser: sumisa a la voluntad del todopoderoso.
PÁRROCO: Tu primera comunión, sagrado sacramento con el que comprenderás que el gozo y el placer sólo es gloria bajo el manto de tu padre y de tu bautista… -se detiene, respira profundo y golpea su cabeza contra la pared, mientras grita- ¡No! ¡No puede ser este sacrificio! Resultaría que yo soy tu víctima. Eres hermosa como la mañana y fresca cuál rocío de primavera… Pero tú no me deseas. -muy exaltado comienza a gritar con más fuerza- ¡Anda, bendita! Soy tu único hombre. Ofréceme esa manzana que contaminó el espíritu incauto de Adán. Ciégame con tu belleza. ¡Mátame…! -se detiene arrepentido, y con voz baja dice- ...de placer. Oh, Dios mío, perdóname si profano la razón que me asignaste como tu enviado salvador de almas..

La niña se compadece del párroco, y lentamente comienza a quitarse el vestido, siempre mirando hacia la ventana. Mientras tanto reza susurrando.

NIÑA: Hágase señor tu voluntad. Ahora y en la hora…
MUJER: (animada) Te acompaño en este deseo puro, ámalo y sé complaciente, que es tu única oportunidad para confirmar que has aprendido a recibir a Dios desde lo más profundo de tu espíritu.

La mujer se desnuda el torso mientras la niña termina de quitarse su vestido. El padre la contempla detenidamente con desánimo. Con su mano derecha comienza a bendecirla, pero se detiene al descender su mano en el “hijo”. Entonces grita:

PÁRROCO: ¡Pasaron dieciocho años desde que te regalé la vida por voluntad del santísimo, y ahora ni un segundo puedes dedicarme! ¿Ni una mirada que reconozca en mí la belleza porque te concedió esta gracia?

La mujer responde al párroco con energía.

MUJER: ¡Así, desnuda! ¡Pura como querías bendecirla y poseerla!


La niña completamente desnuda se levanta y adopta una posición de cruz, mientras reza.

NIÑA: Santificado sea tu nombre…

El párroco la interrumpe y la golpea en el rostro. La niña cae hacia el piso donde se encontraba su madre, sin mostrar dolor.

PÁRROCO: ¡Blasfemas al usurpar la actitud sumisa de Cristo ante su Madre! Y tú -desafiante hacia la mujer- no pudiste conformar una virgen deseosa de ser entregada en sacrificio para salvar su alma. ¿De qué te sirvió concebirla, si no pudiste cultivarla en el deseo inmaculado hacia su única salvación?

El párroco lanza hacia lo lejos a la niña que se encontraba tirada junto a su madre. Se desnuda completamente y fuerza a la mujer a tener sexo, mientras la niña, en un rincón, se queda contemplando la luz que se atenúa desde la ventana. El acto continúa unos 20 segundos, y la mujer rápidamente grita de placer.

MUJER: ¡Purifícame! ¡Soy tuya! ¡Te siento! ¡Mi cielo! ¡Divinidad, divinidad,  divinidad…!

Se detienen. El párroco se hace un lado, se sienta en su silla, y vuelve a cubrirse con su manto. La mujer respira con alta frecuencia, se viste con su faja, sus medias y sus zapatillas, y se recuesta en el piso abriendo sus brazos. Unos segundos de silencio, y la niña irrumpe con firmeza, mirando hacia la ventana…

NIÑA: No nos dejes caer en tentación, y líbranos del mal.


El párroco dubitativo vuelve a mirar a su hija con decepción. La mujer, aún extasiada, contempla al techo como buscando su estrella divina. 

Enero de 2017