(Inspirado por una pintura del artista colombiano Darío Ortiz Robledo).
Una habitación oscura, repleta de sombras, casi vacía, donde las voces resuenan como el eco del polvo. Tres seres pensativos: el párroco mirando a la niña, maravillado por su pureza. La joven perdida en la luz tenue de la única ventana. Una mujer, todavía asfixiada tras la jornada, se alisa suavemente el cabello.
Una habitación oscura, repleta de sombras, casi vacía, donde las voces resuenan como el eco del polvo. Tres seres pensativos: el párroco mirando a la niña, maravillado por su pureza. La joven perdida en la luz tenue de la única ventana. Una mujer, todavía asfixiada tras la jornada, se alisa suavemente el cabello.
MUJER: ¿No es lo que
deseabas? (suspira)
PÁRROCO: ¿Crees que es
suficiente?
MUJER: Es mucho más que
cuando yo llegué aquí.
PÁRROCO: Dudo de su vocación.
Y tú -ríe- transpirabas pasión exquisita. Por eso Cristo te eligió como
servidora. Pero ahora, ¿pretendes ofrecerla sin menoscabo de la pureza en sus
ojos que poco reflejan ese amor máximo divino?
MUJER: Es tuya -suspira-, es
mía… En ella se funden el amor y la divinidad que Dios nos regaló, y que
merecemos cultivar. ¡Anda!
La niña inmóvil, sentada en la
misma posición, sólo humedece sus labios, y toma con sus dedos un poco de
saliva. Sus ojos apenas pestañean. El párroco la recorre lentamente desde los
pies y se fija en su mirada, con una expresión casi de desdén.
PÁRROCO: Su fragilidad revela las
razones de las santas escrituras, pero no me conquista. Parece más una rosa sin
elección que será ofrecida al demonio.
La mujer molesta levanta la
voz, y sin mirar al Párroco le reclama:
MUJER: ¡Pues es tu oficio el
que la purifica! Así lo hiciste conmigo, y así lo sigues haciendo con las que se acercan a tu templo en busca de bendición. Antes sólo besábamos
tu mano. Ahora ya somos parte del santísimo sacramento que sólo a ti te
comunica con Él. Y ésta... dejó de ser mía desde el momento de la concepción!
Ahora te pertenece. A ti y a Dios. ¿Por qué te niegas a ungirla hacia el camino
de la divinidad?
El párroco incrédulo se
desabrocha su bordado, y volteando a ver a la niña, le habla suavemente.
PÁRROCO: Hija mía. Hija de
Cristo, nuestro señor: ilumíname y deséame. Que sólo yo puedo sacrificar tu
pureza.
La niña esboza una sonrisa
sutil, y sin mirar al párroco reza con alegría:
NIÑA: Hágase señor tu
voluntad. El señor es contigo. Ahora y en la hora…
MUJER: Así, así… tal y como
debes ser: sumisa a la voluntad del todopoderoso.
PÁRROCO: Tu primera comunión,
sagrado sacramento con el que comprenderás que el gozo y el placer sólo es gloria bajo el manto de tu padre y de tu bautista… -se detiene, respira
profundo y golpea su cabeza contra la pared, mientras grita- ¡No! ¡No puede ser este sacrificio! Resultaría que yo soy tu víctima. Eres hermosa como la
mañana y fresca cuál rocío de primavera… Pero tú no me deseas. -muy exaltado
comienza a gritar con más fuerza- ¡Anda, bendita! Soy tu único hombre. Ofréceme
esa manzana que contaminó el espíritu incauto de Adán. Ciégame con tu belleza. ¡Mátame…!
-se detiene arrepentido, y con voz baja dice- ...de placer. Oh, Dios mío, perdóname si profano la razón que me asignaste como tu enviado salvador de
almas..
La niña se compadece del
párroco, y lentamente comienza a quitarse el vestido, siempre mirando hacia la
ventana. Mientras tanto reza susurrando.
NIÑA: Hágase señor tu
voluntad. Ahora y en la hora…
MUJER: (animada) Te acompaño
en este deseo puro, ámalo y sé complaciente, que es tu única oportunidad para
confirmar que has aprendido a recibir a Dios desde lo más profundo de tu
espíritu.
La mujer se desnuda el torso
mientras la niña termina de quitarse su vestido. El padre la contempla
detenidamente con desánimo. Con su mano derecha comienza a bendecirla, pero se
detiene al descender su mano en el “hijo”. Entonces grita:
PÁRROCO: ¡Pasaron dieciocho
años desde que te regalé la vida por voluntad del santísimo, y ahora ni un segundo
puedes dedicarme! ¿Ni una mirada que reconozca en mí la belleza porque te
concedió esta gracia?
La mujer responde al párroco
con energía.
MUJER: ¡Así, desnuda! ¡Pura
como querías bendecirla y poseerla!
La niña completamente desnuda
se levanta y adopta una posición de cruz, mientras reza.
NIÑA: Santificado sea tu
nombre…
El párroco la interrumpe y la
golpea en el rostro. La niña cae hacia el piso donde se encontraba su madre,
sin mostrar dolor.
PÁRROCO: ¡Blasfemas al usurpar
la actitud sumisa de Cristo ante su Madre! Y tú -desafiante hacia la mujer- no pudiste
conformar una virgen deseosa de ser entregada en sacrificio para salvar su
alma. ¿De qué te sirvió concebirla, si no pudiste cultivarla en el deseo
inmaculado hacia su única salvación?
El párroco lanza hacia lo
lejos a la niña que se encontraba tirada junto a su madre. Se desnuda
completamente y fuerza a la mujer a tener sexo, mientras la niña, en un rincón,
se queda contemplando la luz que se atenúa desde la ventana. El acto continúa unos
20 segundos, y la mujer rápidamente grita de placer.
MUJER: ¡Purifícame! ¡Soy
tuya! ¡Te siento! ¡Mi cielo! ¡Divinidad, divinidad, divinidad…!
Se detienen. El párroco se
hace un lado, se sienta en su silla, y vuelve a cubrirse con su manto. La mujer respira con alta frecuencia, se
viste con su faja, sus medias y sus zapatillas, y se recuesta en el piso
abriendo sus brazos. Unos segundos de silencio, y la niña irrumpe con firmeza,
mirando hacia la ventana…
NIÑA: No nos dejes caer en
tentación, y líbranos del mal.
El párroco dubitativo vuelve a
mirar a su hija con decepción. La mujer, aún extasiada, contempla al techo como
buscando su estrella divina.
Enero de 2017